jueves, 8 de agosto de 2013

MORAL Y ÉTICA.

Por: Darío Martínez Morales - Roberto Solarte Rodríguez.

En el origen de la distinción entre ética y moral se encuentra un hecho etimológico: las palabras griegas "èthixós, éthos", que significaban carácter, modo de ser, se tradujeron al latín como "éthicûs", aunque también los latinos empleaban una familia de palabras sinónimas: "morâlis, môs, môris", con el sentido de deseo, capricho, uso, costumbre, manera de vivir. Esto explica que en la vida corriente se empleen "ética" y "moral" como términos intercambiables, aunque se ha llegado a establecer la diferencia de llamar moral a la costumbre y ética a la reflexión filosófica sobre lo moral, es decir, al estudio de los conceptos de la "razón práctica": bien, correcto, deber, obligación, virtud, elección, etc. (nota 01). Por otra parte, estos dos antiguos términos han visto modificado su sentido de manera que no se han conservado sin modificaciones a lo largo del desarrollo de la cultura occidental. Actualmente, en nuestro contexto latinoamericano, estos términos se usan con una pluralidad de significaciones, en ocasiones demasiado laxas, en ocasiones demasiado ambiguas y, en algunos casos, se entiende por las palabras en cuestión una misma cosa. Ante este panorama de diversidad, el intento de este escrito es aclarar dichos términos y proponer, a manera de "reglas", lineamientos para su correcto empleo. No se trata de reñir con el lenguaje corriente y con el uso que de los términos moral y ética se hace, sino, por sobre todo, precisar y esclarecer los múltiples problemas que podemos evitar si hacemos un adecuado empleo de estas dos palabras.



Moral

En un primer momento la moral surge como la pregunta por la rectitud de las acciones. Cuándo nos interrogamos sobre nuestra actuación ¿Estaría bien lo que hice? Cuando enjuiciamos el comportamiento de alguien, diciendo: "me pareció injusto lo que hiciste". Cuando aludimos a las obligaciones, deberes, o a ideales como lo justo o lo deseable, en frases como: " realmente, deberías hacer esto"; en todos estos casos, se ponen en juego nuestras apreciaciones sobre lo acertado o desacertado que resultan las acciones humanas. Estos juicios e interrogantes sobre las diversas acciones apuntan a lo que consideramos que está o no está bien realizar.



La pregunta por el bien está en el fondo de la problemática moral: ¿Qué está bien hacer? Este interrogante, naturalmente, se lo formula un hombre concreto, en un contexto sociocultural determinado y en unas circunstancias históricas que son peculiares para él. Por tanto, la persona en cuestión se pregunta sí su actuación pertenece a la clase de acciones aprobadas por regla general en la comunidad en la que vive. Así las cosas, la acción moral es tal, si está acorde con la práctica aceptada en un contexto. Lo moral es el conjunto de normas aceptadas socialmente, que buscan armonizar la convivencia entre los hombres de determinada comunidad. Los problemas morales, expresados en juicios o preguntas sobre las actuaciones, se resuelven en la confrontación con las prácticas comunitariamente aceptadas y propuestas como normas de conducta. En consecuencia, la moral es un conjunto de normas que regulan las conductas de los hombres en determinada sociedad.

Esta "reglamentación" moral se origina en las prácticas concretas que surgen en una sociedad con miras a posibilitar la convivencia humana. Se quiere llamar aquí la atención sobre este asunto: el plano de lo normativo, el deber-ser o lo moral, tiene su génesis en prácticas nacidas en el mundo de la vida cotidiana, el ser o la moralidad. Naturalmente, este código de conductas se integrará en las costumbres y en la cultura de la sociedad que lo hizo posible. Moral y moralidad interactúan en una relación que las implica indisolublemente. Como moral en acción, la moralidad se recoge en el término moral.


No obstante, es preciso distinguir y no confundir el plano de lo normativo con el de lo efectivo o de las costumbres vividas. Aunque aquí esta distinción es aclaratoria, porque como ya dijimos, integraremos prácticas y normas a lo que venimos denominando como moral.


Es relevante insistir aquí en los hechos, pues la moral es creada por una comunidad humana (tribu, clase, nación, sociedad, etc.), brota de sus necesidades y se inscribe en un contexto histórico y cultural. Por tanto, toda moral es relativa a una época histórica y a unas circunstancias sociales y culturales bien precisas. El ser humano, al socializarse en determinado contexto, hace suya cierta moral. Ya en el aprendizaje del lenguaje están delineadas formas de vida que son, en este caso, directrices morales que el individuo deberá a su medio y a su cultura. El ser humano existe en una sociedad desde siempre y no podrá prescindir de ella a voluntad. Nadie construye su moral de manera perfectamente íntima, ni porta una moral privada, sino que ésta es el producto de sus vivencias en una sociedad que lo llevan a conformar "cierta moral". El ambiente e influjo familiar, el grado de educación, el entorno experiencial, delinearán determinada moral. La moral de un ser humano concreto es hija de una situación contextual, también bastante concreta. Aquí no existe remedio alguno. Pero esto no implica que el ser humano en cuestión, debido a su experiencia existencial única, no se apropie de su contexto de forma diversa a otros seres humanos y acabe "interiorizando" una moral propia de sus contingencias. Se considera importante llamar la atención sobre este punto, porque en su percepción radica una importante diferencia entre lo moral y el derecho.


Mientras la legalidad moral exige una adhesión íntima y un convencimiento personal del ser humano, la legalidad jurídica debe cumplirse aún sin estar convencidos o tener una adhesión personal. La esfera del derecho aparece a cada individuo como una imposición o algo involuntario, mientras que en la esfera de lo moral el proceso de la apropiación del individuo es condición sin la cual no podemos llamar a un acto "moral". Este aspecto "personal" de la moral tiene como consecuencia legítimas controversias morales que enfrentan acciones individuales con prácticas sociales aceptadas, donde, como lo decíamos al inicio, no se ponen en cuestión las normas de rectitud acogidas en determinado contexto.


Cabe la posibilidad de que la problemática moral se prolongue, si al intentar resolver una cuestión de conducta entran en contradicción dos normas o deberes morales. Tal caso no se presenta si la norma responde de manera no ambigua y apropiada a la acción. Pero si, como son los casos más importantes en moral, cuando surgen cuestiones prácticas que señalan caminos diversos y en ocasiones enfrentados. Se hace necesario, entonces, establecer criterios ulteriores. Considerese el caso en que tú prometieras a alguien ir al cine y que hayan fijado una hora para el encuentro, pero que, de modo inesperado, sea solicitada tu ayuda para cuidar a tu madre que enfermó repentinamente. Aquí tienes el ejemplo de un conflicto de deberes: "cumplir mis promesas" frente a "ayudar a los demás" (más aún sí se trata de mi madre). Propuesta tal divergencia entre estas dos exigencias, el conflicto se resolverá si se consideran, tanto como se pueda, los riesgos que van implicados en ignorar alguno de los dos deberes. Aquí se trata de elegir "el menor de los dos males". Mirar las consecuencias menos funestas ayuda a resolver este impase. Nótese bien que en esta problemática moral se apela a las consecuencias en la ausencia de una norma o deber pertinente. Así, lo que indica que alguien se incline en busca de una práctica aceptada como patrón de conducta, o en busca de las mejores consecuencias de su acción, son las circunstancias específicas de la problemática moral particular.

Es obvio, pero por ello no hay que dejar de decirlo, que la moral de una sociedad está viva, esto es, que los cambios económicos, sociales, políticos, culturales inciden sobre la moral considerando sus prácticas y normas demasiado restrictivas o demasiado laxas. Existe un flujo y contra flujo entre todas las instancias sociales y la moral. En este sentido, se sostienen prácticas y códigos aceptados, o se resuelven los conflictos apelando a las prácticas más tradicionales, o se transforman las reglas cuando se encuentran otras que permiten prever mejores resultados.


Un asunto que requeriría detenerse un poco es el de la confrontación entre diversos y diferentes códigos normativos, o entre normas de diferentes marcos morales. Cuando nos preguntamos por ejemplo, ¿Qué sería mejor, la monogamia de las sociedades cristianas occidentales o la poligamia de las sociedades mahometanas orientales?, estamos enfrentando no solamente dos normas, sino dos códigos morales y con ello, dos formas de vida, dos prácticas aceptadas cada una en su contexto. No tiene ningún sentido buscar privilegiar alguna de ellas sobre la otra, si no es un auténtico discernimiento existencial el que se realiza, donde realmente se pone en juego el cambio de una práctica por la otra. En este caso, esta disyuntiva sería un asunto personal, y la decisión final también: o me quedo perteneciendo a una sociedad occidental cristiana, o prefiero ir a vivir como miembro de una sociedad mahometana. Sea lo que fuere, lo que me impulsa a privilegiar una práctica sobre la otra es una preferencia personal, según la cual creo que voy a lograr mayor felicidad asumiendo una forma de vida y dejando la otra (nota 02).



Hasta aquí entonces, no tenemos más que lo moral presentado como diversas costumbres y reglas de convivencia, que se encuentran interactuando desde sus diversos contextos. Si quisiéramos plantearlo de otra forma, diríamos que propiamente no existe "la moral" sino diversas moralidades en relaciones de semejanzas y de conflictos. Quien quisiera sobrepasar este contextualismo moral en búsqueda de una moral más global o de valoraciones más universales, se encontraría con el problema del relativismo moral. Esto es, con la carencia de un absoluto moral que rija como patrón las diversas moralidades concretas. Aunque el patrimonio histórico - cultural humano ha mostrado en su transcurrir la conquista de ciertos valores, de ciertas normas, de ciertas prácticas que en diferentes sociedades perduran y no pierden su vigencia, cabe la pregunta de sí esto da pie para consolidar un canon moral universal que rompa dicho relativismo. Parece indiscutible describir el panorama moral actual como abierto a la diversidad y el desacuerdo. Por otro lado, resultaría interminable un posible debate entre los defensores de las diversas morales, pues se carece, como ya anotamos, de un patrón moral que pueda entrar a legislar entre tanta propuesta (nota 03). Si se persiste en legitimar o fundamentar cierta moral sobre otra, este ejercicio propiamente ya no compete a la moral, pero, ¿Será posible?


Ética

La moral se vive, pero también se puede pensar. Esto significa que el esfuerzo por pensar el fenómeno moral que estamos llevando a cabo desde el aparte anterior, es ya ético; esto es, moral pensada. Existe un cambio de nivel entre moral y ética determinado por la reflexión. No es que la persona que viva la moral no reflexione sobre sus actos, sino que la reflexión que identifica la ética no es cualquiera. Es una reflexión de carácter filosófico. Reflexionar filosóficamente sobre el asunto moral, significa preguntarse por la racionalidad contenida en esa experiencia humana, significa hacer análisis del lenguaje usado en este campo, significa explicar un tipo de experiencia. Para algunos significa, en fin, fundamentar e intentar justificar cierto tipo de moral. Lo que es cierto aquí, es que estamos en el campo de la teoría. La ética es teoría moral, estudio filosófico de la moral, investigación desde las coordenadas de la reflexión filosófica del tema moral.


Las ciencias de cualquier especialidad pueden asumir una investigación de lo moral. Sin embargo, ello no es en sí propiamente "hacer ética". La antropología, la psicología, la biología, la economía, la sociología, están en condiciones de acceder a un estudio de la experiencia moral. Esto efectivamente contribuye a enriquecer el bagaje teórico de cada disciplina, pero no es propiamente ética. No obstante, las diversas explicaciones logradas en el plano científico contribuirán, dirigirán y orientarán a diversas investigaciones filosóficas sobre la moral. La ética no puede realizarse sino en un continuo diálogo de disciplinas que versen sobre la moral, y de cara a la experiencia moral que se vive en la sociedad que se intenta comprender. Aunque el saber de la filosofía es distinto del saber científico, sólo una filosofía que no de la espalda a otros saberes, entrará enriquecida al análisis moral.



Cuando la filosofía se dispone a desentrañar la racionalidad contenida en la moral, lo que estudia es una forma de conducta humana que los hombres consideran valiosa, obligatoria y debida en un contexto cultural e histórico concreto. Lo propio de la ética no es crear moral, pues la ética no se puede entender como una disciplina normativa, cuya tarea sea señalar la mejor conducta moral. El filósofo moral no es quién para dirigir la acción de alguno, ni para indicar de modo inmediato a los hombres qué deben hacer. El filósofo moral tiene como obligación dar razón filosófica de lo moral, ocuparse de lo moral en su especificidad conceptual. Naturalmente depende de la filosofía que se asuma, el tipo de análisis moral que se realice. Así como no existe una moral sino morales, tampoco existe la ética sino diversas éticas; no obstante, en este escrito nos ocupamos por captar los "aires de familia", lo "típico" tanto de la moral, como de la ética, aunque sin perder de vista la diversidad presente en una y otra (nota 04).


En el despliegue de la cultura occidental, el término "ética" ha ido ganando un uso que no fue el de sus comienzos. Esta palabra hoy identifica una disciplina filosófica que intenta develar la racionalidad contenida en la experiencia moral. Sin embargo, se persiste en un uso de este término a la par con el de moral, en ocasiones por descuido o por desconocimiento, pero también en ocasiones porque no se comparte la diferencia entre moral y ética en cuanto al asunto de la fundamentación se refiere. Veamos: Para muchas filosofías actuales y en consonancia con la tradición de esta disciplina, lo propio de la reflexión racional es buscar los fundamentos sobre los cuales ella misma se apoya. Esto es, la filosofía se concibe a sí misma como autofundante. Para el caso de la ética, este tipo de discurso se debe legitimar, es decir fundamentar, porque, a la vez busca fundamentar la moral. Como se puede apreciar aquí, ética se entiende como el ejercicio filosófico que busca fundamentar la moral. Esto dicho en términos más simples, significa preguntarse por lo que hace bueno al bien (¿por qué se debe hacer lo que está bien?). Si observamos con atención, para esta forma de concebir la ética la pregunta de la moral es por lo que es bueno. La pregunta de la ética debe ser por lo que se encuentra detrás de lo que se considera moral.


Existen quienes piensan que los términos moral y ética pueden y tienen que utilizarse de manera equivalente y en un mismo nivel, sobre todo si es el argumento de la fundamentación el que decide su diferencia, aunque éste es un completo sin sentido. ¿ Por qué se debe hacer lo que está bien?, es una pregunta que está a la misma altura de ¿Por qué son verdes las esmeraldas? Sólo se podría contestar a la primera pregunta con otra. ¿Qué otra cosa se debería hacer? Como vemos, quienes optan por esta posición no ven necesidad de ir más allá de los razonamientos morales tratados ya en el aparte designado a lo moral. " La ética o moral" será capaz de "justificar" una práctica social o una norma como opuesta a la otra, pero esto no se puede extender a la "justificación" de todo el razonamiento sobre la conducta. De lo contrario, desde principios extramorales o extraéticos estaríamos fundando y legitimando determinada moral, y esto no sería competencia propiamente del filósofo (nota 05).


A pesar de la controversia sobre la fundamentación y de su consecuencia, que hace el uso de los términos moral y ética unívocos o disímiles, se sigue considerando aquí y por otras razones que ya están presentadas, que moral vivida y moral pensada son dos cosas diferentes y que esto mismo marca la diferenciación entre el uso de la palabra moral y el de la palabra ética.


Es importante destacar que la actividad ética reúne dos ingredientes que la constituyen, la identifican y la definen: su clara matriz filosófica y su preocupación por la moral. Como ya se sostuvo, el tipo de filosofía asumida determina el talante de la respectiva ética. Un interés no inmediato, sino mediatamente desarrollado por la moral, aporta el segundo constitutivo. Porque la reflexión ética aspira a alguna incidencia sobre las morales concretas. Su perspectiva no tendría sentido mayor si no apuntara a reorientar prácticas morales específicas.


A lo largo de la cultura occidental se han propuesto diversas éticas que responden a diversos momentos históricos y culturales. A continuación, presentaremos un recuento de las principales reflexiones ética, según ciertas tradiciones. Lo importante no es ver aquí una sucesión de nombres y representantes de éticas dispares con el fin de optar por una, la que más nos guste, sino poder observar y analizar, cuáles han sido los asuntos debatidos en el pensamiento ético occidental. En esa descripción se presuponen contextos bastantes diversos para éticas disímiles, pero se ofrecen como una posibilidad de entender nuestro contexto y las éticas que viven en el presente.


Teología Moral

La religión constata la experiencia humana de la creencia en Dios. Esto significa, la religión busca delimitar el ámbito donde transcurren las experiencias del hombre que lo relacionan con su tendencia hacia lo absoluto. La creencia, fe, confianza en lo absoluto e incondicionado que habitualmente se nombra como Dios, es lo que identifica un fenómeno religioso. Todas las religiones suponen la confianza de sus miembros en este ser ultimo y misterioso, y a partir de aquí buscan delimitar y orientar esta "experiencia religiosa" que es constitutiva vital de esta esfera.


El campo de lo religioso no sólo recoge la experiencia primerísima de una comunidad en su relación con lo absoluto, sino que pretende darle forma y potenciarla, a través de un marco doctrinal, un marco cultual y un marco moral. No existe ninguna religión sin una estructura conceptual que delimite sus creencias, sin una serie de prácticas rituales y sin un código normativo moral, que invite a ciertos comportamientos. El anterior planteamiento no excluye, como queda aquí mencionado, una experiencia religiosa sin tal cuerpo doctrinal - cultual y moral.


Se quiere llamar la atención en este escrito, sobre el aspecto moral de lo religioso. Pues toda experiencia de relación con lo absoluto, comporta como consecuencia cierto tipo de práctica moral que, al ser originada en dicha experiencia, tiene allí su principio y fundamento existencial. Podemos afirmar que muchos códigos morales y prácticas humanas brotan de la creencia religiosa que se tenga. Sin que con esto se esté afirmando que toda moral procede de la religión o de la experiencia religiosa. Pero cuando una moral se origina en la esfera de lo religioso, es allí donde tiene su justificación y valor.


La teología es una disciplina teórica que busca establecer mediaciones entre una experiencia religiosa dada y un contexto cultural específico. Su matriz constitutiva está en dos instancias: la experiencia propia de la situación cultural desde la que se pregunta por el sentido de lo religioso, experiencia que da las herramientas conceptuales para entender, reflexionar y juzgar esa experiencia religiosa, y la experiencia religiosa misma, tal como ha sido vivida, sentida, entendida, pensada y transmitida dentro de una determinada tradición religiosa. Esto quiere decir que el teólogo se enfrenta a diversos tipos de datos: unos que provienen de su propio mundo cotidiano, y otros de la tradición viva con la que busca dialogar. Además, en ciertas instancias de la producción teológica, el teólogo debe enfrentar su propia experiencia religiosa, pues debe hacer explícita su propia fe y buscar presentarla de modo razonable en los nuevos contextos y situaciones. En este sentido, la teología es una disciplina profundamente interdisciplinar, tanto en su misma construcción conceptual, como en el diálogo que necesita entablar si quiere conocer con más profundidad la realidad humana y si desea expresar su reflexión de maneras que sea comprensibles en la actualidad. Más aún cuando se trata de hacer "teología moral", situación en la cual es obligatorio el diálogo con la filosofía, lo mismo que con las diversas disciplinas y técnicas desde las cuales se plantean preguntas al saber teológico. De otro modo, no podría elaborar las mediaciones adecuadas entre cada situación cultural determinada y su propia tradición religiosa.


La teología moral consiste en pensar la vida moral de quienes viven en un contexto concreto, desde marcos teológicos. Es decir, "consciente de estar prestando atención a la voz de Dios que se manifiesta en la historia, cuando se dedica a la reflexión sobre las costumbres humanas" (nota 06), la teología moral parte de la vida moral misma de la comunidad, que acoge y atiende con respeto, para poder entender sus voces, sus silencios, sus preocupaciones, sus gozos y esperanzas, con el fin de discernir en ella la presencia misma de Dios, de modo que pueda promover todas las tendencias al "crecimiento en humanidad" que encuentre, e invite al cambio de las diversas situaciones de inhumanidad y deshumanización. Los criterios de juicios que esclarecen este discernimiento vienen dados en la propia tradición de fe del teólogo, o de la comunidad que hace teología moral; en particular, se debe considerar la pregunta por aquello que "hace" Dios con los seres humanos, tal como se ha descubierto en la larga reflexión de la tradición viva de la propia comunidad de fe, expresado y comunicado del modo más adecuado posible a la situación. Pero, a su vez, estos criterios deben ser descubiertos, entendidos, verificados y reflexionados de modo responsable, de manera que no se promueva una nueva ideología o se apunte a incrementar la alienación humana.

Se intenta en "nuestro caso concreto", desde la tradición bíblica, judeocristiana, esclarecer, reflexionar e iluminar la vida moral de no creyentes y creyentes, en contextos determinados. Como ya se afirmaba anteriormente en este escrito, toda reflexión genuinamente moral aspira a alguna incidencia sobre las morales concretas. La perspectiva teológica apunta a promover prácticas morales específicas desde una experiencia de fe que compromete al creyente en la construcción de cierto tipo de sociedad preferible y cierto tipo de ser humano deseado.

En nuestra cultura cristiana occidental, este tipo de teología tiene ya una larga tradición que, en algún momento de la historia, fue la reflexión dominante y que ahora constituye un elemento importante tanto para quienes, creyentes o no creyentes, intentan hacer más transparente la experiencia moral.


NOTAS.

(NOTA 01). CLARKE, PAUL BARRY y LINZEY, ANDREW, Dictionary of Ethics, Theology and Society, Routledge, New York, 1996, pp 307-320; HONDERICH, TED, editor The Oxford Companion to Philosophy, Oxford University Press, Oxford, 1995, pp. 586-591; BLACKBURN, SIMON, editor The Oxford Dictionary of Philosophy, Oxford University Press, Oxford, 1994, p. 126.

(NOTA 02) TOULMIN, STEPHEN, El puesto de la razón en la Ética, Revista de Occidente, Madrid, 1964, pp. 170-176

(NOTA 03). MACINTYRE, ALADAIR, Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 1987, pp. 19-25.

(NOTA 04). CORTINA, ADELA, Ética mínima, Técnos, Madrid, 1989, pp. 29-38.

(NOTA 05). TOULMIN, STEPHEN, Op. cit., pp. 178-186.

(NOTA 06). FLECHA ANDRÉS, JOSÉ-ROMÁN, Teología moral fundamental, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1994, p. 15.

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